viernes, 28 de octubre de 2016

LA SONRISA ETRUSCA (José Luis Sampedro)

«Eso, así, ¿ves cómo aprendes? Así, a golpes y a caricias... Así somos los hombres: duros y amantes.»

Hasta el cuello de humanidad, y rebosante de sencillez y ternura, La sonrisa etrusca de José Luis Sampedro no es un libro, es un manual para reaprender a amar las cosas.
Parco y tosco, un viejo campesino calabrés, Salvatore Roncone, Bruno para sus camaradas partisanos, se instala en casa de su hijo en Milán para tratarse de un cáncer que, poco a poco pero irrevocablemente, se abre paso a dentelladas en los adentros de quien un día fuera el héroe de Roccasera, benefactor del pueblo, tres veces herido en la guerra contra los tedescos.
El viejo reconoce su dureza rural en su fuerte animadversión, su (triste, eso sí) regodeo ante la ciudad italiana, centro de las prisas, los agobios y los sinsabores cosmopolitas. («Temerosos siempre de no saben qué, y eso es lo peor. (...) Nunca están en su ser; siempre en el aire. Ni machos ni hembras del todo; no llegan a mayores pero ya no son niños.»)
Sin embargo, el viejo Bruno conocerá en Milán a su nieto, su último afecto: Bruno también, Bruno; su Brunettino: blanquísimo ángel, una pequeña criaturita tierna y blanda, de un olor tibio, tenue y dulzón, embriagante y posesivo; a lo que huele el amor.
En él volcará toda su ternura; compañero de sus noches, evocará con él sus primeros pasos, allá en la tierra calabresa: también a él le ayudará a darlos.
Así, como un solo cuerpo, las dos figuras avanzarán juntas, sin soltarse jamás, hasta emerger en un mismo aprendizaje: el uno, a ser hombre; el otro, a estar vivo.
Conocerá también a una mujer, dando forma a su última pasión: un amor al que entregarse entero, sin hacer ruido, sin artificios. Un amor casero y justo, sencillo, como los de antes.
Y así, caminando juntos por la vida que les queda, resolverán las derrotas, los mordiscos de los fracasos, conocerán el alma humana, descubrirán el secreto último de la vida, de este viaje milenario: darse y recibir. No pedir más a la vida. («Que no se rompa.»)
Duro y amante, Salvatore Roncone, que se crió a puñetazos contra todo, al fin lo comprende. Triunfador ya, de alguna manera, en este mundo; sereno ante la puerta que le aguarda, porque ya sabe vencer al destino.

Del mismo modo en que todos necesitamos amistades, analgésicos, afectos... también todos necesitamos este libro. Todos necesitamos gente a la que amar. 

lunes, 30 de mayo de 2016

Cartografía de un año

"Este poema que nunca terminaré
se parece a nosotros."

No sé si estamos muertos o si será esto el ocaso de la primavera. Sé poco acerca de boleros y de aleluyas, no recuerdo milagros, o la estación en que llegué a quererte.
Es mayo y el cielo está arañado. El Sol viene haciendo un gesto, y brilla, y te sonríe, para después marchar. Hoy todos los caminos son de barro, piedras y alambre, y mi cama de cristal frío. Hoy que acechan y se despliegan, traidoras, rosas heladas, tardías, rotas de septiembre; hoy no termino de encajar aquí, no sé aún cómo gobernar esto.
Estaba tendida en la acera, con un pie temblando en la boca del lobo, canto rodado, pusilánime, desgastada ya de tanta ruina. Esto ha sido como un viaje en noria en un año como una náusea. Para entonces todos los meses eran noviembre aunque el Sol viniera a engañarme. Todos los días desde el peor día son ya innombrables, incorpóreos, interminables.
La soledad me tiende su mano y me agarra suavemente la cintura. Con su cálida voz me dice que espere, que duerma, que hoy tampoco vendrás.
Pienso que los nombres que corrompieron mi aura de marfil se han llevado consigo mi sueño. ¿Cómo se sale de aquí? ¿Qué gota enturbió este arroyo?
Me suelto, corro y respiro. Vuelvo. Reluzco. Como nueva. Como siempre.
Remuevo jirones. Corceles blancos. Se oyen violines. Llegas.
Era septiembre. Rumor de cansancio. Tu nombre y renglones en blanco. Oportunidad.

Y ahora es mayo y el cielo está arañado y el Sol sigue viniendo, pero ya no me engaña ni un minuto más.
Aún tengo un poco de miedo. Jamás destilé tanto mi vida. Nunca respiré aire nuevo tan sucio. Trazando curvas sin fin ni principio. Cerrando círculos. Hacia dónde irán.
(Como nosotros...
...Como nosotros.)

Este año, este curso y este blog en particular, ha sido puente, camino y viaje, ha sido verme rota por los puños, ha sido la empuñadura de un cuchillo clavado en mi costado, ha sido correr sin aliento, deshilacharme, gritarle al cielo, depurar mi mente; ha sido Letras y Bellas Artes, letargo y a veces vida. Y espejo donde mirarme y carne de mi carne, y punto de inflexión de "mira, para, cambia". Mi maná; el «soy» por el «he sido», el «fui» por el «seré». Sol que llegó, débil, tenue y desteñido. Luz que se irá.
Lo que he escrito aquí ha sido mi corazón por capítulos. Si no se anda con cuidado podría a usted salpicarle un borbotón de sangre y duelo de algún título. No tema: es dura y arde, pero es mi sangre y está limpia. Sin usar.
Más o menos, por resumir, he aprendido a hacer cosas bonitas en el peor año de mi vida. A veces uno tiene que alejarse para verlo todo; me marcharé para saber que respiro, me marcharé entera, sin lo roto; me adelgazaré en besos, pasos, ecos...

miércoles, 18 de mayo de 2016

Bitácora quince: Primera muerte

(O formas de sobrevivir a un naufragio temprano)

En ese instante, justo en ese preciso instante, en ese lugar preciso, y en esa precisa situación, comprendí de pronto algo tan desmesuradamente hermoso que palió durante un rato mis heridas (tan abiertas) de piel de melocotón, que templó por un delicado, breve y preciado tiempo mi sedienta sangre y que, casi como al principio de los tiempos, me estremeció como hacía años que algo no me estremecía. Y a que esta última frase es verdad piso las ascuas y sostengo los ojos infranqueables en miradas infames y me juego mi mano derecha. (Y no la pierdo, no).
Y es pues, que me estremeció -como venía diciendo- como la primera gota de rocío en la mañana: lo sé porque me sacudió absolutamente todos los contornos de mi cuerpo y también parte del alma. Lo sé, porque el arte, muchas veces se mostró más hermoso, pero jamás más puro. Y es que no comprendí sino que mi vida (en efecto, mi vida; mi precisa vida), no podía ser más dulce. Y fue extraño, porque acababa de morir dos días antes. Acababa de gastar en el peor callejón de la ciudad mis siete vidas de una tacada. (Y entonces, todo mi empeño por ser gato, viejo y curtido, no serviría de nada).
Y entonces las discusiones no serían nada, ni las disputas, ni las medias tintas, (ni las medias lunas), ni los brazos dados a torcer, ni los aullidos en la alborada, ni los juramentos de sangre, ni las mentiras, ni los desengaños, ni todos los sueños que alguna vez soñé. Extraño, en fin, descubrir la dulzura, -tan disfrazada-, tras vivir bajo el umbral de la discordia, tras haber pasado tantos días, con sus tantas noches (sin luna ni estrellas), enjugándome las lágrimas en sal, tejiéndome la vida en el rocío de las telarañas, y clavándome las garras en las llagas que creía ya enterradas hace tanto bajo mi piel. (Me equivocaba).
Fue extraño, sí, pero no me extrañé. No podía ser menos. Ni siquiera un afortunado descubrimiento iba a conseguir sacarme de mi atmósfera de humo y cansancio. Me juré una vez, no sin antes sentirme lo suficientemente desdichada, que destruiría todo aquello que me destruyera, que me desvincularía de todo aquello que me desvinculase de mi sitio: de mi vida contradictoria, tan centrifugando, día sí y día también, de esa autobiografía tan acertadamente bautizada como «Historia de un fracaso terminal» o «De cómo llegar a la cima de espaldas». Del bulevar de la amargura. (Y tan triste es jurar eso como pensar que podrás enmascararlo). Porque es mi lugar, mi hogar, porque estoy hecha a él. Y no habría vida sin él, igual que no hay vida sin arte.
Así que fue extraño, pero no me sorprendió. Y no tenía nada más, pero me tenía a mí. Y una cosa estaba totalmente clara: la vida jamás había sido tan dulce. Y -me convencí de ello-, no había, sino en ese preciso instante, y en ese preciso lugar, lugar más seguro en el mundo.

Ni siquiera entre tus brazos.

sábado, 7 de mayo de 2016

Lo que no pude responder.

Palabra de honor de La Novia
Válgase mi voz de escombro
para bailar sobre la arena
para que pueda, en la última hora,
gritarle al viento su condena.
Muerta estoy, ya no me asustas
quieta al fin, entre las piedras:
y es la sangre quien me viste
y el azahar el que me peina.
Por eso, por eso y antes
de que sea de la tierra
escucha mi viaje de fuego
y el quebranto de mis riendas.
¡Porque no conozco más tormento
que el metal de esta cadena!
¿Oís mi boca de mármol?
Veréis, respirad mi pureza:
clara y noble soy,
como paloma, como adelfa.

Trepad las cuerdas de mis brazos
hasta el balcón de mi cuello honrado
que entre las manos
es como barro;
entre las manos,
mi cuello honrado
que es como barro:
caliente y blando.

Pero los varones son del viento
y tu hijo me olía a hierba,
me olía a hierba y a manso y sereno manantial
me sabía,
manso y sereno manantial
de agua fría.
Y no es sino que me aterra
atarme irremediable
al malecón de los sueños olvidados
a amar de soslayo, con duda
y no oír más voz que la suya
y vivir ya, para siempre,
entre cuatro paredes de bruma.
Que estuviere bien cubierta, Dios lo sabe:
que tuve con él la vida, la buena simiente
la salud y la suerte.
Aunque nada hubiera sido
al tiempo de decir verdad
-no reniego, yo os lo digo-:
dos bueyes o una mala choza
o una espina sin sacar.

Pero yo que nunca resistí las despedidas
yo que jamás
quise entregarme a mi ruina;
dime, mujer, ¿qué hubieras hecho?
Yo que era una hembra quemada, lo era:
llena de llagas por dentro y por fuera
y tu hijo me escarchaba las heridas
e irrevocable, y pese a todo:
sangro mejor en los brazos del otro.

Pero, ¿qué había de hacer?, ¿tú lo sabrías? dime
qué vuelta de hoja me quede
si el uno me escribía muros
y el otro me pintaba puentes.
Yo no quería. ¡Óyelo bien!
¡Yo no quería!

Pero no, que no, no me engañan:
que no soy yo planta de mala madre
que no siguió ella mala ralea
que no cargó con mala sangre
que no fue ella menos humana
solamente por saber en clave
el nombre a quien, en verdad,
se entregaba.
Nada a nadie debo: yo soy hija de ángel,
de estrella,
por eso, por eso yo
algún día seré buena:
porque llevo su raza
su espina y su falda
por haberme alumbrado
un querubín sin alas;
por haber nacido como el mismo triunfo
del fruto de sus entrañas.

¡Pero tu hijo era mi fin!
Y el otro me arrastraba
como las olas del mar a la arena
callada, lenta y cobarde
como una lapidación
a fuerza de piedras y rosas de alambre.
Y callar y quemarse es el mayor castigo
que nos podemos echar encima.
Y él me quemaba,
me quemaba y yo lo sabía,
pero iba detrás.
Iba detrás y hubiera ido siempre
porque él me llama y yo voy
y cuando yo voy él viene
y me pierdo cuando me deja
y sueño, si es que me encuentra.
¡Y lo sigo por el aire
y por el jardín de los placeres
como quien toda la vida lucha
por su corona de laureles!

Y sé que como plomo pesan
la palabra, el honor y las cadenas
pero más me pesa esta Andalucía
enduendada y milenaria,
más me pesa esta cuna
hermética y de hojalata
que me huele a rumor y a humo
y a lirios ardiendo y puñales de plata.
¡Que lo sepa Dios, que lo sepa!
A mí más me pesa
la vida ahogándose
en la asfixia de la tragedia.
Como llorando, como acabándose
como una vela de cera
como yo siempre, arrinconada,
allá en mi casa de tierra.
Mas quién ha de ser el cuerpo
que pague mi eterna condena
quien esté libre de pecado -ya se sabe-:
que tire la primera piedra.

¡Dios me salve, Dios me salve
de la sangre de ramera!
Pero es el precio, sin remedio:
pronto rodará mi calavera.
Así que, ¿que habría yo de hacerle
sino entregarme a la hermosura?
Pero es tan débil la carne,
y tan letal la palabra,
y tan perpetua la duda...
Eres simple y breve
eres carne fría e ingrávida, mujer,
eres miedo, rencor y rabia
y manos quietas;
no eres más que eso, nada más.
Mas óyelo bien
y mátame mejor después, si es que gustas:
Yo, que vivo en Leonardo,
que soy Leonardo,
yo, que lo veo en cada estancia,
a cada instante
que lo sé de memoria
como una tortura dulce y constante.
Como una especie de traición su cuerpo
tranquila y deliciosa
como el pecado que se resiste
que nunca se cansa y perdura
-en un renuncio, tal vez lo admita:
nos unen clavos de luna.-
Y que Leonardo es mi bien, mi amado,
mi patria y mi ley y mi frontera.
Y le aguardo y le espero
y lo ajeno lo repudio
le espero como sólo mayo
sabe esperar a junio.
Yo, que todo lo que Leonardo no es,
aborrezco, desprecio, rehúyo;
buena mujer, has de saberlo:
hay que dejarse decapitar
cuando se ama al verdugo.


Andalucía, 1928

martes, 3 de mayo de 2016

Trances y baladas tristes (III)

Entonces tu Luna me lleva de la mano
hasta allí, hasta aquel lugar,
donde sabernos eternos, de estreno, a tientas,
hasta aquel lugar, hasta allí,
allí dónde,
allí donde sólo hablo yo
y acabo echándome las culpas.
Allí donde entras
y mueves y despiertas
lo que creí que dormía.
Ovíllate a mi lado como si tuvieras miedo.
Respóndeme hasta el último grito.
Entonces yo reúno en el puño de las musas
toda mi breve fisonomía.
Ábreme el pecho
mira qué ruinas.
Aquí vienen a dar todos los vientos,
todos.
Ven que te descosa las derrotas
deja que te arranque
mientras me extiendo sobre tu campo de magnolias
-acción heroica o paranoica-
oh musa, todas tus preguntas
marejada, viento, camarada
musa;
tan lejana
tan buscada
tan callada.


(Te he encontrado).

miércoles, 27 de abril de 2016

Trances y baladas tristes (II)

Nunca he tocado mármol más tibio que el de tu piel.
Nada habría más vulgar que perderte.
Y te miré
-ya sabes-
como quien escucha la estampida del destino
y (te) encontré por fin,
en esa voz
que sólo tienen aquellos que cosen los rotos
con la paciencia
de quien cree en lo que espera.
Esa voz
hoguera, fervor, vigía,
centinela, viento de mi vela,
punto de mira y Sol,
que me habló con cara de
ven que voy a borrar tu nombre
de la frase superventas del olvido,
de la alargada sombra del ayer.
Corramos mientras dure la carrera
hoy no habrá final fatal, mi Dulcinea.
Mejor te quiero así,
sin tiempos, sin guión, sin argumento;
corramos mientras dure
que dure hasta que acabe
y que nunca termine
hagamos testamento.
-Las cremalleras de todas las bocas
entonces se abrieron-
La poesía inundó las tabernas
colgaron guirnaldas
los hombres sin nombre
tomaron las calles
mi ciudad de repente tuvo mar
marcamos un gol por la escuadra
al porvenir.
Fueron todo boleros.
Y ya
por la noche
derrotados
de tantas victorias
escribimos en el libro de difuntos
de todas las canciones tristes:
"Fijo que nos vemos pronto."

miércoles, 13 de abril de 2016

Trances y baladas tristes (I)

A la dulce alevosía del runrún del porvenir.
A los que buscan.
A los que no encuentran.
A ti, que no me lees.
A todos los poetas.

Es poco lo que tengo
simple corazón, sin timón rebeldía
pero ya ves, mi bien, te ofrezco
ser de viento
en este amor velero,
el infierno a cuentagotas
el cielo en miligramos
gacelas de barro.
Tú me regalas
el manual de escape
de esta ciudad sangrante
pinceles para el alma
fuego a dentelladas
y la ternura
de terciopelo en almíbar
de cuando bajas la guardia
de las semanas frías,
y rosas, sin pudor,
mi amor,
destilas.
Entonces lo supe.
Que hay personas que son como dormir
con el pijama de domingo.
Como el solo roto de trompeta
que precede a la melosa decadencia
de esa inevitable canción de jazz.
Como ese ruido de incertidumbre
cuando sabes que algo nuevo
-y grande-
va a sonar.
Yo lo supe.
Me lo gritó tu nuca caliente
tus manos hogar
tu espalda cielo
recogiendo mis maltrechas lágrimas
mientras se me caían
desde el balcón del tedio.
Ese lenguaje brillante
que va más allá de las palabras
y que sólo entiendes
cuando escondes los pies
y extiendes las alas.